Volviendo a las reflexiones planteadas hace una década por el maestro Jesús Martín Barbero respecto a las agendas de país desde el campo de la comunicación, ratificamos la tesis en torno a la importancia de reconstruir, desde la investigación y las narrativas, los sentidos locales, dado que esa especie de autismo social que caracteriza a muchos sectores, incluyendo a la academia, sigue siendo una patología que en el día a día nos impide escuchar lo que este país diverso cuenta, habla, llora, grita, expresa… En otras palabras, la insistencia sigue estando en asumir, con creatividad e innovación, la producción de narrativas alternas sobre una Colombia que, parafraseando a Daniel Pecaut, requiere de un relato de nación que contribuya a cimentar nuestras identidades. Este desafío comunicativo implica reconocer y encarar lo que para algunos podría considerarse una obviedad, pero que no resulta tan evidente en el ámbito de la vida cotidiana: la coexistencia de unas narrativas dominantes y de unas narrativas marginadas.
Señalan P. Charaudeau y D. Maingueneau que narrar es el acto de contar algo, así como su puesta en escena a través de un texto. Narrar, entonces, no se limita a la simple descripción de una acción; es, siguiendo a J. Adam, un acto de representación de una sucesión temporal de acciones. El asunto cobra importancia en tanto es desde esa narración/representación que se configura unos tipos de relato que catalogamos como pre-dominantes en relación con otro tipo de narraciones que enmarcamos bajo la etiqueta de marginales, entendiendo que esa marginalidad abarca las acepciones contempladas por la Real Academia Española: 1) narraciones que por sus condiciones de producción, estructuras, lenguajes y/o representaciones transitan por los bordes, márgenes o periferias; 2) narraciones valoradas como de importancia secundaria; 3) narraciones que actúan, voluntaria o forzosamente, por fuera de los códigos comunicativos socialmente aceptados.
Esas narrativas al margen, que perviven y que resisten, son ejemplarizantes porque enseñan que es posible relatar/contar desde lo auténtico, con estéticas y voces que resultan refrescantes porque interpelan estructuras y contenidos homogéneos de unas industrias cuyas gramáticas de producción y circulación están a merced de las reglas que impone la oferta y la demanda.
Ahora bien, consideramos que narrar y expresar desde el margen trasciende la idea de un/os sujeto/s que cumplen el rol de prosumidores mediáticos; el activismo en realidad convierte la experiencia narrativa en un ejercicio de ciudadanía. Por lo mismo, el ejercicio problematiza un asunto que en el contexto colombiano aún sigue pendiente: el derecho a la comunicación.
A pesar de la notable apropiación comunitaria de plataformas mediáticas –especialmente las digitales–, para contar historias y relatos propios –las cuales, además, abren discusiones culturales, políticas y estéticas que interpelan a las narrativas oficiales, como también ciertas jerarquías tradicionales que subyacen en las narrativas dominantes–, la ausencia de políticas públicas en materia de comunicación impiden que esas experiencias capitalicen la urgencia de marcos, entre ellos normativos, que garanticen sostenibilidad, continuidad, expansión, etc.
En un contexto más amplio, consideramos pertinente que el Congreso ahonde sobre la importancia de seguir propugnando por una/s política/s pública/s que garanticen, entre otros, los derechos que todos los colombianos tenemos a una comunicación más democrática, pluralista y participativa.
- Identificar las tensiones y complejidades en la relación narrativas dominantes/narrativa marginadas en un contexto democrático.
- Revisar críticamente los procesos de construcción de verdades en contextos, en los marcos de las transiciones hacia la paz.
- Reflexionar en torno a la posibilidad de comunicación e interlocución entre actores dominantes, marginados y emergentes en la búsqueda de consensos pluralistas para la garantía de derechos.